Hoy escuchamos: El diente roto, un cuento del escritor venezolano Pedro Emilio Coll.

1. Antes de escuchar el cuento busca en el diccionario el significado de 10 palabras que tal vez no conozcas.

  • combatiendo
  • canallas
  • tornose
  • tentaba
  • sin cesar
  • estupefactos
  • súbita
  • chistaba
  • acariciaba
  • reputación

 

2. Escucha el cuento.

 

3. Responde las siguientes preguntas.

¿Cuál era el comportamiento de Juan Peña antes de rompérsele el diente?
¿Por qué los vecinos que antes estaban muy molestos con Juan Peña ahora están asombrados?
¿Por qué Juan Peña ahora está tranquilo?
¿Por qué la madre de Juan Peña lo lleva al médico?
¿Cuál fue el diagnóstico del médico?
¿Por qué Juan Peña pudo tener tantos encargos profesionales?

 

4 Finalmente, lee el cuento El diente roto:

A los doce años, combatiendo Juan Peña con unos canallas recibió un golpe con una piedra en un diente; la sangre corrió lavándole el sucio de la cara, y el diente se partió en forma de sierra. Ese día comenzó la edad de oro de Juan Peña.

Con la punta de la lengua, Juan tentaba sin cesar el diente roto; el cuerpo inmóvil, vaga la mirada sin pensar. Así fue cómo de alborotador y pendenciero, tornose en callado y tranquilo.

Los padres de Juan, hartos de escuchar quejas de los vecinos y transeúntes víctimas de las perversidades del chico, y que habían agotado toda clase de reprimendas y castigos, estaban ahora estupefactos y angustiados con la súbita transformación de Juan.

Juan no chistaba, y permanecía horas enteras inexpresivo, como en éxtasis; mientras, allá adentro, en la oscuridad de la boca cerrada, la lengua acariciaba el diente roto sin pensar.

-El niño no está bien, Pablo -decía la madre al marido-, hay que llamar al médico.
Llegó el doctor y procedió al diagnóstico: buen pulso, mejillas rosadas, excelente apetito, ningún síntoma de enfermedad.
-Señora
-terminó por decir el sabio después de un largo examen- la santidad de mi profesión me impone el deber de declarar a usted…
-¿Qué, señor doctor de mi alma?
-interrumpió la angustiada madre.
-Que su hijo está mejor que una manzana. Lo que sí es indiscutible -continuó con voz misteriosa- es que estamos en presencia de un caso fenomenal: su hijo de usted, mi estimable señora, sufre de lo que hoy llamamos el mal de pensar; en una palabra, su hijo es un filósofo precoz, un genio tal vez.

En la oscuridad de la boca, Juan acariciaba su diente roto sin pensar.

Parientes y amigos se hicieron eco de la opinión del doctor, acogida con júbilo indecible por los padres de Juan. Pronto en todo el pueblo se citó el caso admirable del “niño prodigio”, y su fama se aumentó como una bomba de papel hinchada de humo. Hasta el maestro de la escuela, que lo había tenido por la más lerda cabeza del universo, se sometió a la opinión general, por aquello de que voz del pueblo es voz del cielo. Quien más quien menos, cada cual traía a colación un ejemplo: Demóstenes comía arena, Shakespeare era un pilluelo desarrapado, Edison… etcétera.

Creció Juan Peña en medio de libros abiertos ante sus ojos, pero que no leía, distraído con su lengua ocupada en tocar la pequeña sierra del diente roto, sin pensar. Y con su cuerpo crecía su reputación de hombre juicioso, sabio y “profundo”, y nadie se cansaba de alabar el talento maravilloso de Juan.

En plena juventud, las más hermosas mujeres trataban de seducir y conquistar aquel espíritu superior, entregado a profundas meditaciones, para los demás, pero que en la oscuridad de su boca tentaba el diente roto, sin pensar.

Pasaron los años, y Juan Peña fue diputado, académico, ministro y estaba a punto de ser coronado Presidente de la República, cuando un accidente en el cerebro lo sorprendió acariciándose su diente roto con la punta de la lengua.

Y doblaron las campanas y fue decretado un riguroso duelo nacional; un orador lloró en una fúnebre oración a nombre de la patria, y cayeron rosas y lágrimas sobre la tumba del gran hombre que no había tenido tiempo ni de pensar.

 

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Algunas palabras han sido sustituidas a fines de facilitar la comprensión auditiva.